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¿Es cara la cacatúa?

Día 9: Rabat-ASILAH-Tánger-Tarifa

En Rabat sólo estuvimos el tiempo justo para cambiar dinero en el banco y coger el primer autobús (50 dj) que nos llevara a Asilah.

Asilah es un pequeño pueblo costero muy cerca de Tánger en el que algunos nombres de calles están escritos en castellano. Había un restaurante que se llamaba “Casa Manolo” y en otro sitio, el hombre que nos vendió unos sándwiches hablaba un español casi perfecto. También hablaba bien el español un joven que nos estuvo siguiendo un buen rato, que nos invitó a un porro y que se enfado mucho cuando después de fumarlo no le quise comprar el hachís que me ofrecía. Después de 9 días de viaje por Marruecos ya estábamos bastante escarmentados con este tipo de gente y lo mandamos a tomar por culo sin contemplaciones.

Asilah fue el lugar más tranquilo de todos los que visitamos (a parte de las ruinas romanas, claro). También, quizás porque era el pueblo más pequeño de todos. La medina era tranquila y estaba sorprendentemente limpia. Al contrario de lo que habíamos visto hasta entonces, la vida parece que se hacia extramuros, es decir fuera de lo que es la medina. El concurso anual de murales que se celebra en agosto en la ciudad ha llenado sus calles de grandes pinturas coloridas. Sin embargo, para mí este pueblo es un destino suprimible dentro de lo que es un viaje por Marruecos.

El grand taxi a Tánger nos costó 15 dj cada, es decir, el mismo precio  que el billete de autobús. En Tánger tuvimos el tiempo justo para gastar los últimos dirhams comprando especias y algo de comida para la cena.

Cogimos el ferry de las 21.30 (el último). Llovía mucho y había marejada en el estrecho. El barco se movía mucho y si el viaje hubiera sido más largo seguro que me hubiera mareado.

Llegamos a Tarifa. No hubo ningún tipo de control anti-droga en la aduana. La idea era coger el coche y dirigirnos hacia Málaga para dormir por algún sitio en el camino. Pero estaba tan cansado para conducir que decidimos quedarnos allí mismo. El hostal era nuevo y tenía calefacción lo cual era un signo de que había vuelto al primer mundo. La factura del hostal fue la señal definitiva.

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